sábado, 11 de septiembre de 2010

Napoles, Herculano y Pompeya. Capítulo I

Piazza Garibaldi
Antes que nada quiero decir que si este viaje fué posible, se lo debo a mi Santa, que me dejó ir solo a realizar uno de mis sueños más antiguos y más deseados. Me hubiera gustado que me acompañaran, creo que les hubiera gustado, sobre todo a mi hijo Mario, pero el calor(julio) y, sobre todo, la pequeña Valeria aconsejaban que no. Desde aquí prometo que pronto iremos todos juntos y... un beso caríño!
Cogí un vuelo barato y un hotel más barato aún en el centro de Nápoles, junto a la estación de trenes, la de cercanías(circunvesubiana) y la Piazza Garibaldi, una zona que nada más llegar me recordó a la madrileña Puerta del Sol de hace 20 años: degradada, sucia, atestada, ruidosa, caótica y... familiar. Antes de salir de Madrid estuve curioseando en foros y la mayoría de las opiniones eran apocalípticas, añadiendo a lo anterior la inseguridad. Pues bién, aseguro que no te sientes inseguro, al menos yo, que siendo de Villaverde, algo ayudará. La ciudad tiene un aspecto descuidado que llama la atencion. "Si esto es el centro histórico", piensas,  "como serán los extraradios". Prostitución, mendicidad e inmigración rodeaban el hotel que seleccioné, un 2 estrellas que resultó coqueto, limpio y con personal amabilísimo, siempre dispuesto a señalarte en el plano los tesoros de su milenaria ciudad y a intercambiar conversación con su medio castellano y mi medio italiano. Repetiría hotel, lo juro. Asomarse a la pequeña terraza de la habitación, fué una experiencia única. Daba a una estrecha calle peatonal, con las terrazas y ventanas abiertas del edificio de enfrente, muy cerca, que me hizo aprender más de la vida del sur de Italia, en 2 ratos de 2 días, que si hubiera estado 15 días en un 5 estrellas. Una mujer de un cuarto piso compraba tabaco a los negros de la calle alargándoles una cuerda terminada en un cesto; otra señora barría su terraza y arrojaba a la calle el contenido de su recogedor; en el primero, un hombre tiraba su colilla sin mirar siquiera quien podía pasar abajo; y las motos... no voy a decir que hay al menos una moto por habitante, porque he visto familias de 4 miembros montadas en ellas, pero no sé, miles de motos. Motos andando por las calles peatonales, por el mercadillo de comida, saltándose los semáforos, circulando a escasos centímetros delante del tranvía, frenando a milímetros de tí, con 3 y 4 personas subidas, que no te lo explicas, y por supuesto, todos sin casco... La locura!!
El Vesubio desde el puerto
A mi, que ya había viajado al norte de Italia, el contraste me pareció brutal. Roma es un caos más o menos organizado y Florencia es una ciudad señorial que podría estar en cualquier pais del norte de Europa tranquilamente. Nápoles te apabulla, tus sentidos se agudizan, te sorprende su provincianismo y  a la vez se muestra orgullosa de su pasado y su presente. Dicen los napolitanos que no merece la pena embellecer su ciudad, porque nunca se sabe cuando el Vesubio la va a volver a destrozar. Esa montaña de fuego, siempre presente, que de vez en cuando se estremece y hace que los edificios de la ciudad muestren grietas, desconchones y cicatrices, que poco importan al napolitano. Ellos siguen su vida entre risas, gritos, San Gennaro y Maradona.
No es una ciudad de la que te enamores a simple vista, te deja ese gusanillo de aquello que nunca habías visto y que a base de verle defectos te acabas encariñando. Curiosa sensación. Ciudad que se te muestra tal cual, sin dobleces, sincera a rabiar: "esto es lo que hay, viajero", lleva siendo así desde que los griegos se establecieron en esta bella bahía y los pueblos que vinieron después, aunque dejaron su huella, se amoldaron al caracter partenopeo.
Estuve solo un par de días porque el motivo de mi viaje eran los yacimientos arqueólogicos(cap.II) Dos tardes al llegar de visitar las ciudades romanas y la mañana del día de vuelta a Madrid. Insuficiente por no haber podido visitar los tesoros de la ciudad: las catacumbas, iglesias principales, Museo arqueólogico y Capodimonte, castillos dell´Ovo y Capuano, campos Flegreos, y sobre todo, los templos griegos de Paestum. Buena excusa para volver. Eso sí, me empapé del alma napolitana, conocí el pueblo, más que la historia, paseé por sus callejas atestadas, sus mercadillos bulliciosos, comí en "távolas caldas" regentadas por familias vociferantes que preparaban spaguettini al pomodoro como en mi vida. En fin, una experiencia. Que si la recomendaría? no sé, depende de quien me pregunte. Si eres un viajero acostumbrado a que todo esté bien organizado, acércate a Nápoles sólo a contemplar sus innumerables tesoros, en ningun otro lugar vas a tener ciudades romanas perfectamente conservadas muy cerca de templos griegos tan monumentales como los de la propia Grecia, métete en un buen hotel y no salgas más que para coger el bus concertado de las visitas. Si eres viajero de sensaciones, haz como yo, coge trenes y tranvías, camina sin miedo, entra en los bares, siéntate en los parques, habla y gesticula con ellos... te merecerá la pena.

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